- A los 32 años le diagnosticaron Cáncer de Mama; a pesar del dolor hoy agradece lo que la enfermedad le enseñó.
LaNación |
En 2011 me encontraba con 32 años, casada y con 3 hijos. El mayor tenía 9 y el menor, apenas 6 meses. Todo era plenitud y felicidad. Nada me hacía sospechar que mi vida cambiaría radicalmente y que estaba a punto de comenzar el camino más difícil.
Un día, como cualquier otro, mientras estaba amamantando a mi hijo, me palpé un bulto en mi mama derecha. Era bastante grande, del tamaño de un kiwi. Mi sorpresa fue inmediata y desde ese momento supe que algo andaba mal.
Hice la consulta con mi ginecólogo, quien me mandó a realizar una mamografía Poco tiempo después volví con los resultados. Su cara lo dijo todo.
El 18 de abril tuve mi diagnóstico: Carcinoma Ductal Invasivo Infiltrante. Sentí que el mundo se desmoronaba por completo. Quedé completamente en shock. Lo primero que pensé era que me moría.
A la mañana siguiente todo se vio diferente. Decidí que el cáncer no iba a terminar con mi vida y que iba a luchar, por mí y por mis hijos.
En mayo comencé con quimioterapia y fue en ese momento que me topé con Movimiento Ayuda Cáncer de Mama (MACMA). Una compañera de trabajo me contó cuánto me podían ayudar en este proceso, pero no la escuché hasta que llegó el día de la primera aplicación y todo se llenó de angustia y miedo. Entonces llamé.
Una semana después ya formaba parte de MACMA. Ahí conocí a un puñado de guerreras incansables que estaban atravesando por la misma enfermedad.
Iniciado el tratamiento vinieron los efectos de la quimio. Se me cayó el pelo. Recuerdo que jugué a la peluquería con mi hija Nazarena. Fue ella quien me pasó la máquina por la cabeza cuando me quedé con el primer mechón en la mano. Levantar la cabeza y mirarme en el espejo me dejó sin aire. Y lloré y maldije a Dios y a todos los santos. ¿Por qué a mis 32 años yo tenía que estar pasando por todo eso? Pero me levanté, me sequé las lágrimas y seguí adelante. Tenía tres excusas maravillosas para no bajar los brazos.
Lo más doloroso que me tocó transitar fue cuando el médico me dijo que ya no podía seguir dándole la teta a mi hijo. Esa misma noche Manuel comenzó a tomar la mamadera. Nunca se quejó, como si de alguna manera supiera lo que estaba pasando, y apenas tenía 10 meses. Al día siguiente tuve que sacarme yo misma la leche. Me duché, dejé correr el agua caliente por mis pechos, y con el bendito sacaleche vacié mis mamas. Y lloré. Lloré con cada frasco de leche que derramé en esa bañera.
Ya con el tratamiento en marcha dejé la autocompasión. Decidí dejar de preguntarme "por qué", respuesta que nunca iba a encontrar, y comencé a preguntarme "para qué". Allí inició mi camino de transformación. Me reencontré con mi ser espiritual, con mi ser interior, con mis deseos más profundos.
Nuevos desafíos
Llegó el día de la cirugía. Mastectomía y primera etapa de la reconstrucción. Allí me encontré con otros desafíos: el espejo, la imagen incompleta, mi costado femenino completamente dañado, mi erotismo sepultado.
Para fines de 2012 el camino estaba recorrido. Me amigué con mi cuerpo. Acepté mi imagen y comencé de nuevo.
Hoy me encuentro con 38 años, siendo parte de MACMA, coordinando como voluntaria el grupo de mujeres jóvenes y devolviendo algo de lo mucho que me dieron.
Completamente agradecida a mi enfermedad porque me dio mucho más de lo que me quitó. Agradecida a mi familia, a mis amigos, a los que se sumaron mientras recorría este difícil camino, y a los que se fueron también. Todos ellos me dieron lo mejor de sí. Plenamente orgullosa de mi proceso, de haber transformado el momento más difícil de mi vida en mi punto de partida.
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