EL AMOR DESPUÉS DE 200 CARTAS Y UN NO


Se enamoraron pero sus familias, vecinos enemigos, no aprobaron la relación. Él le escribió durante un año, ella lo rechazó y más tarde se casó con otro. A partir de entonces, su vida fue una locura sostenida por un amor que tenía la esperanza de recuperar
Claudio besó a Ruth y la dejó ir. La siguió con la mirada mientras ella subía, ágil, a la línea 101 que la llevaría al colegio. "¡Qué linda que es!", pensó. Pero de pronto, y sin sentido, lo invadió una sensación de tristeza. ¿Por qué? Ya habían dicho que se verían al día siguiente. No tenía razón para estar angustiado.
Estaban en la primavera del año 1978 y Claudio estaba enamorado. Apenas unas semanas antes, ellos habían intercambiado miradas de amor de balcón a balcón. Al tiempo, salieron a caminar por el barrio de la mano y se besaron por primera vez.
Pero Ruth no apareció al día siguiente, ni al otro. Su familia no quería que ella salga con un hippie de pelo largo, "proyecto de rockero y artista". Tenía prohibido relacionarse con un joven que creían que no le podía ofrecer ningún futuro y que era hijo de los vecinos que siempre habían detestado. Desde entonces, ambas familias libraron una guerra silenciosa de chismes y envidias, y arrastraron en su camino el destino de Claudio y Ruth.
Claudio trató infructuosamente, y por todos los medios, de romper las barreras impuestas por la madre de Ruth. Su pena era tan grande, que un día un amigo en común se ofreció como nexo entre Ruth y él. En cada oportunidad posible, su amigo le llevaba una carta escrita en puño y letra. Al cabo de un año las cartas llegaron a ser 200; las respuestas, cero.

El día fatídico

Sin poder olvidarla, el dolor y la desesperación de Claudio fueron en aumento. Pero un día su amigo llegó con noticias: Ruth había convencido a los padres y él podía ir a visitarla para hablar con la madre y formalizar la relación, tal como eran sus costumbres.
Claudio vibraba alegría. Por fin volvería a estar con la persona que tanto amaba. Nervioso al extremo, se presentó en la puerta de la casa de Ruth. Su madre, con mirada fulminante, le abrió. "¿Qué hacés acá?" "Así no tenía que empezar la charla", pensó Claudio y, a medida que hablaba, fue consciente de cómo la conversación se iba de control para alcanzar el ridículo. Las voces subieron de tono hasta que la madre finalmente sugirió que sea Ruth la que decidiera si quería o no estar con él.
"Mejor imposible", pensó Claudio mientras imaginaba el abrazo, los besos y paseos, totalmente convencido del amor que le profesaba Ruth.
  • "¿Vos querés estar con él?"
  • Sin apartar su mirada del piso, ella respondió: "No."

Con sus lágrimas al límite, Claudio trató de mantener la compostura: "Creo que no tengo nada que hacer acá. Me retiro."
Días después, sumergido en la tristeza, lo llamaron para hacer el servicio militar. A su regreso, lo primero que hizo fue preguntar por Ruth y le contaron que estaba de novia y comprometida. Con ese golpe, su vida se desbarrancó; para él ya nada tenía sentido y la calle pasó a ser su casa. Entre la noche y el alcohol, trató de ahogar su pena. Los amigos de las desgracias se hicieron presentes, pero cada día sus pensamientos estaban con Ruth.
5 años después de ese "no" fatídico, Claudio supo que ella se había casado. "Si morir dos veces fuera humanamente posible, yo ya lo hice", le dijo a la nada.


Locura, divorcios y confesión

Inmerso en días borrosos, pasaron 16 años. Como sus familias eran vecinas, él siempre se cruzaba con las hermanas, preguntaba por ella y enviaba saludos que nunca fueron entregados. Ruth se había ido a vivir a Ushuaia y Claudio seguía anclado en el Obelisco, como guapo bajo el farol tatareando un tango que narra sus desdichas y esperando no sé qué. Ruth no volvería, había tenido 3 hijos y, a pesar de su dolor, él se alegraba de su felicidad. La amaba de verdad.
Lo que Claudio no sabía, porque la familia le mentía, es que ella no era feliz y que se había divorciado. Un día él se casó, tuvo 2 hijos y, como nunca pudo olvidar a Ruth, también disolvió su matrimonio después de 12 años.
Con más de 40, él estaba más perdido que nunca, sin casa y sin fuerzas para volver a empezar.
La vida pasó y a los 53, la soledad y el dolor llevado por años, hizo estragos en Claudio; él ya no quería vivir.
Una noche, y al borde de la locura, tuvo la imperiosa necesidad de salir de la casa. Subió a su auto y manejó sin rumbo. Se detuvo en una verdulería a comprar algo de fruta y lo inesperado pasó: ahí, a dos brazos de distancia, vio a Ruth junto a su madre. Sin saber qué hacer e ideando mil formas para acercarse, al final Claudio volvió en sus pasos, arrancó el auto y huyó.
"Necesito verla aunque sea por última vez y decirle que todavía la amo", se dijo Claudio. ¿Pero cómo hace una persona para decir tamaña verdad después de 36 años? "Va a pensar que estoy loco."
Decidido, pidió ayuda para abrir una cuenta en Facebook, envió una única solicitud de amistad, cerró su computadora y, por temor, no la volvió a abrir hasta 2 días después, cuando con dedos temblorosos, entró a la red y encontró el mensaje: "Un placer saber de vos. Espero que nos mantengamos en contacto. Besos."
Más allá del tiempo y las circunstancias
A partir de ese instante no dejaron de escribirse. Se contaron sus vidas y ella le dijo que estaba en Ushuaia pero que iba a volver; él supo que no iba a retrasar mucho lo que tenía para decirle. "Jamás dejé de amarte. Nunca amé a nadie más en mi vida", le escribió. La respuesta de Ruth llegó a los pocos segundos: "A mí me pasa lo mismo."
Así, 36 años después, Claudio sintió que le devolvieron la vida.
El 23 de diciembre del 2014, Ruth regresó de Tierra del Fuego a Buenos Aires. Claudio la esperó en Aeroparque emocionado y nervioso. Al atravesar la puerta de arribos, ambos se fundieron en un abrazo eterno, se besaron y siguieron camino de la mano, como lo hacían a los 17. Horas más tarde, cuando Claudio la dejó en su casa paterna, Ruth le pidió que entrara con ella. Ahí estaba él, décadas después, en la misma entrada de aquel día en el cual su mundo se había desmoronado. Pero esta vez, feliz.
La familia nunca pudo aceptar la relación. Claudio supo que aquel que decía ser amigo estaba aliado con la madre de Ruth y que jamás le había entregado las 200 cartas. Ese encuentro, 36 años antes, estaba orquestado sin que Ruth lo supiera, para que él desistiera. Ruth iba a decir que no, porque era lo que en cualquier caso estaba obligada a hacer.
Hoy Ruth y Claudio viven juntos, trabajan en la misma empresa, viajan y se aman tanto o más que antes. Sus respectivas familias siguen enfrentadas como Montescos y Capuletos, pero ellos supieron estar por encima de todos y elegirse más allá del tiempo y las circunstancias.

Fuente: LaNación

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