EL RETABLO DE NUESTRA SEÑORA DE LA MERCED - IGLESIA SAN PEDRO DE LAMBAYEQUE

Retablo de Nuestra Señora de la Merced
 El edificio más representativo de la Generosa y Benemérita ciudad de San Pedro de Lambayeque, lo constituye, sin lugar a dudas, su monumental iglesia San Pedro. Declarada Patrimonio Cultural de la Nación mediante Resolución Suprema Nº 2900 - ED-1972.
En su interior se pueden apreciar trece significativos retablos cuyos nombres obedecen a la imagen titular a cuya advocación estuvieron dedicados desde un principio, o, en su defecto, les fueron asignados con el correr del tiempo.
Casi la totalidad de ellos se encuentran tallados en finas maderas y más de la mitad cubiertos con finas hojas de pan de oro, menos el retablo mayor que está fabricado en metal (zinc) policromado y dorado, y data de 1899.
Los hay de estilo barroco, rococó y neoclásico, siguiendo las pautas impuestas por la moda imperante al momento en que fueron ensamblados, reflejando, de paso, la importancia socioeconómica que había alcanzado esta población en pasados siglos.
De todo este conjunto de valiosos muebles litúrgicos - que sin duda constituyen un importante bagaje cultural que debemos conservar - destaca el magnífico retablo dedicado a la advocación mariana de Nuestra Señora de la Merced, ubicado en el crucero de la iglesia, en la nave del Evangelio. Está considerado como una de las joyas más esplendidas del arte religioso virreinal de la costa norte del Perú.
Dado el mal estado de conservación en que se encontraba, por el paso inexorable de los años y un inadecuado mantenimiento, fue restaurado en el 2002, con recursos proporcionados por la Municipalidad Provincial de Lambayeque, que ascendieron a la suma de S/140,000 nuevos soles, siendo alcalde el ingeniero Ricardo Casimiro Velezmoro Ruiz, y,  autora del pedido, la Srta. Soledad Ramos Oyola, a la sazón, regidora del municipo.
Ya en la década del cuarenta del pasado siglo, el desaparecido abogado y profesor universitario César Arróspide de la Flor, en un interesante artículo publicado en el Mercurio Peruano de Lima N° 214-219, Volumen 27, bajo el título La Iglesia de San Pedro de Lambayeque, lo calificaba como el más “notable” de los retablos de todos los existentes en esta iglesia norteña:
[…] no solo por sus dimensiones mayores en comparación a los otros, cuanto por la suntuosidad y armonía de su composición en tres grandes cuerpos de proporciones muy bien distribuidas, que podría figurar en cualquier iglesia de una gran ciudad” (Ob. Cit., 1945).
Por su parte el RP claretiano doctor Antonio San Cristóbal Sebastián, destacado investigador de la arquitectura virreinal civil y religiosa peruana, en su obra póstuma Los retablos post-barrocos de San Pedro de Lloc y de Lambayeque, sostiene:
[…] se trata de uno de los de más alta calidad arquitectónica entre los retablos virreinales peruanos de la segunda mitad del siglo XVIII” (Ob. Cit., 2008). 

El contrato notarial de “fábrica” del retablo

Hace dos décadas atrás, en 1996, mientras recopilábamos datos en el Archivo Regional de Lambayeque (ARL), nos topamos con un valioso e inédito documento que trataba, precisamente, sobre el retablo materia de ésta entrega. Esto, sabemos, suele ocurrir. El, hasta ese momento, inédito documento llevaba por titulo "Escritura de la obra del Retablo de Nuestra Señora de las Mercedes", acción ejecutada ante el escribano, público y de cabildo, don Joseph Vásquez Meléndez, entre el maestro de Carpintería don Juan Inocencio de Heredia  [...] vecino de la ciudad de Trujillo y recidente en éste pueblo de Lambayeque", y el presbítero don José Navarrete, a la sazón, mayordomo de la cofradía de Nuestra Señora de las Mercedes.
Éste importante descubrimiento, lo dimos a conocer a través de dos artículos publicados, bajo el título deRetablo lambayecano del siglo XVIII, en el Suplemento Dominical del Diario “La Industria” de Chiclayo del 2 de febrero de 1997; en la Revista Ñampagic, órgano informativo del Centro de Estudios Históricos y Promoción Turística de Lambayeque, en 1999, y, por último, en un pequeño libro titulado Retablo Nuestra Señora de la Merced. Iglesia San Pedro de Lambayeque, editado por el P. Edwin Fredy Beltrán García, y publicado por el Obispado de Chiclayo y la Parroquia de Lambayeque, en el 2012.
En dicho contrato o concierto notarial, el ensamblador se comprometía a realizar […] con sus manos y las de sus oficiales”, elegidos por él mismo, un retablo, que ocuparía toda la capilla: […] que en la referida Iglesia tiene para su culto la imagen de nuestra dicha Santa, con su coronación y correspondiente vuelo a la bóveda”.
Todo esto, y al principio, conforme al dibujo que para el efecto se había mandado diseñar y traído de la ciudad de Lima. En el modelo predeterminado el retablo se hallaba compuesto de tres cuerpos […] y en cada uno de ellos cuatro nichos”. Como las dimensiones de esta máquina lignaria resultaban demasiado grandes para el ancho de la bóveda, se optó por reducir el número de nichos u hornacinas a tres por cada uno de los tres cuerpos […] sin otra diferencia y aparecer de oficiales y personas que de ello sepan”.
Lamentablemente la escritura notarial no contiene la minuciosa descripción del retablo, pero sí las principales condiciones que para su ejecución acordaron las partes. Así tenemos que entre las asumidas por el mayordomo o quien le sucediera en el transcurso de la obra, eran las de entregar toda la madera y “clavazón necesaria para ello”.
Y al tiempo de armar el retablo, cada uno de sus cuerpos y paramento:
[…] a de dar a su costa, palos de algarrobo, sogas, oficial de albañilería, peones, ladrillos, adobes, barro, yeso y todo lo necesario para dicha armazón, mechinales y andamios”.
El retablo debía entregarse a lo blanco y el costo pactado por la obra fue de tres mil pesos, en moneda corriente.A cuenta de esta suma se debían entregar a Inocencio de Heredia: “diez pesos en cada semana”, para su subsistencia, […] más el monto de jornales de los aserradores y oficiales” que en cada semana trabajasen, comprometiéndose éste a dar el recibo correspondiente de estos gastos.
El mayordomo Navarrete, estaba también obligado a proporcionarle veinte pesos cada año para ayudarlo en el pago del alquiler de la casa donde tendría que hospedarse mientras durase la “fábrica” del retablo.
La obra debería concluirse “perfectamente”, en el término de tres años, o sea en 1,786, ensamblándose un cuerpo por año. Durante este período Heredia y sus oficiales se comprometían:
[…] a no divertirse ni ocupar en otra por ridícula que sea, teniendo materiales prontos en que trabajar”.
Manifestaba, asimismo, que estos términos no correrían:  
[…] todos los días y el tiempo que se suspendiese la obra por falta de materiales, por enfermedad propia mía u otro legítimo e inevitable impedimento”.
Bajo estas condiciones se arreglaron las partes, además de poner también el maestro Heredia:
[…] de su cuenta y riesgo, los acreedores y oficiales y las herramientas que fuesen necesarias para la obra”.
La “fábrica” empezaría el mismo día de la firma del contrato:

 […] sin alzar mano hasta que se acabe, si no es en los casos insinuados”.
Para garantizar el éxito del contrato, el maestro Juan Inocencio de Heredia se obligó con su persona y bienes habidos y por haber. Por su parte el mayordomo Miguel Navarrete, se obligó con la renta y todos los bienes de la citada cofradía. Y para dar fe de su validez lo firmaron, como testigos, don Juan Rivero, don Juan Manuel Rivadeneira y don Manuel Dávila y Sánchez. 
Son pocas las noticias que tenemos sobre este maestro de carpintería trujillano, que de lleno ingresa a la galería de ilustres personajes que dejaron huella en la ciudad de Lambayeque. Empero sabemos que realizó el retablo rococó de Santo Toribio de Mogrovejo, para la Catedral de la ciudad de Trujillo.
El reputado conservador e investigador trujillano Ricardo Morales Gamarra, nos aseguró que el “maestro de la gubia” don Juan Inocencio de Heredia, ensambló también los retablos rococó de Nuestra Señora de las Nieves, el de  Ánimas y el de San Valentín, para la misma Catedral de Trujillo.
Es más, el destacado historiador trujillano Juan Castañeda Murga, basándose en las investigaciones de Morales Gamarra, nos proporcionó el dato de que fue Juan Inocencio de Heredia el que labró también el retablo mayor de la iglesia de Sechura. Mayúscula fue nuestra sorpresa, cuando descubrimos que el retablo, materia de ésta entrega, fue realizado también por el mismo “maestro de la gubia”.

Descripción del retablo

Esta impresionante máquina lignaria  se encuentra enteramente dorada en finas hojas de pan de oro, pretendiendo buscar un efecto de luminosidad, sinónimo del sol celestial. Es de estilo rococó o post barroco y mide aproximadamente doce metros de altura, ocupando todo el arco de la bóveda que lo alberga. Debemos anotar que a pesar de sus proporciones resulta un conjunto equilibrado y agradable a la vista.
Se compone de banco, mesa de altar, tres cuerpos horizontales y tres calles verticales, con soportes de cariátides, Hermes y cabezas modillón, corona el retablo el escudo o blasón de la orden de la Bienaventurada Virgen de la Merced, flanqueado […]  por dos figuras de rasgos femeninos, enteramente desnudas, que sería muy difícil identificar como ángeles” (Arróspide, 1945: 8).

Debajo de la hornacina principal un sagrario que aloja en su interior una contemporánea burda y pequeña imagen, realizada en yeso policromado, de la arequipeña Sor Ana de los Ángeles Monteagudo, beatificada por el Papa Juan Pablo II el 2 de febrero de 1985.
A ambos extremos del banco, en hornacinas lisas de tableros pintados de verde y enmarcadas por columnillas de cabecitas modillón, se conservan hasta hoy dos inscripciones en letras doradas.
La leyenda de la izquierda reza:
“Se empezó a dorar este retablo  hasta el primer cuerpo, por el Sargento Mayor don Juan del Carmen Cazos y se acabó a expensas del Licenciado don Francisco Peralta, en el año de 1796. Barrera”,
Y la de la derecha:
“El camarín de Nuestra madre y Señora de las Mercedes enteramente guarnecido de plata piña a devoción del Licenciado Dr. Francisco Peralta. Año de 1796. Laines”.
Se dice que este precioso metal fue deschapado y entregado por la cofradía de Nuestra Señora de la Merced para sostenimiento del Ejército Libertador en 1824. Lo que sabemos es que para junio de ese mismo año la citada cofradía hizo entrega de 10 marcos de plata para sostenimiento de las fuerzas patriotas.
Inscrición en el extremo izquierdo del banco
Es una lástima que no figure en ninguno de estos tableros el nombre del artífice de la obra, el “alarife” trujillano don Inocencio de Heredia. Esto muchas veces suele suceder. Sin embargo figuran los nombres de dos personajes de los cuales creemos conveniente dar algunos desconocidos detalles. Veamos:
Juan del Carmen Casós Barrionuevo, nació en la ciudad de Lima, a mediados del siglo XVIII, del matrimonio del médico cirujano Dr. Juan Casós (Cazos o Casaux), natural de Francia, y de doña Ángela Barrionuevo Fernández del Castillo y Maldonado, oriunda de la ciudad de Lima. Juan del Carmen fue un fiel devoto de esta Advocación Mariana a la que consideró, hasta el final de sus días, como su “protectora”.
En su condición de Sargento Mayor y jefe de las milicias disciplinadas de Lambayeque, Casós tuvo una destacada participación en los prolegómenos y la exitosa declaración de la independencia de esta ciudad la noche del 27 de diciembre de 1820, de ahí que se le considere también como uno de sus principales paladines. Por sus caros servicios obtuvo el grado de general de brigada del Ejército Peruano y fue miembro “asociado” de la Orden del Sol.
Casós, falleció súbitamente en Cajamarca, ciudad a la que acudía con frecuencia por motivos de negocios ya que era dueño de unas minas en esa región, por lo que su tercera y joven esposa doña Francisca Bonifaz, optó por sepultarlo en la antigua Iglesia Catedral de Santa Catalina de esa ciudad.
El presbítero, licenciado don Francisco de Peralta nació en Lambayeque y fue hijo legitimo del capitán don Juan Antonio Peralta y de doña Juana Míreles. En su segundo testamento otorgado en 1791, ante el escribano de cabildo Manuel Vásquez Meléndez, pide, en una de sus cláusulas, que su cuerpo sea sepultado en la Iglesia parroquial de Lambayeque […] en el lugar que corresponde a mi estado sacerdotal” (Archivo Regional de Lambayeque. Protocolo Notarial. Tomo X. 1790-179).
Suponemos que el lugar, tácitamente aludido por Peralta, no sería otro que el presbiterio de la iglesia, o sea el espacio que precede al Altar Mayor.
Resulta también interesante la lectura de otra de las cláusulas de este desconocido instrumento. Decimos esto, porque nos da a conocer el número de advocaciones agrupadas en cofradías que por aquel entonces se celebraban en la iglesia parroquial de Lambayeque. En ella Peralta deja constancia que del valor anual que producía el arrendamiento de una “casita” de su propiedad, ubicada en la calle “Chancay” (hoy calle Bolognesi), se destinaran:
[…] doce reales para la cofradía del Señor Sacramentado, otros doce reales para el Sagrado Corazón de Jesús, otros doce reales para el glorioso Señor San Joseph, otos doce reales para la Señora de Loreto, otros doce reales para Nuestra Señora del Carmen, otros doce reales para Nuestra Señora del Rosario, otros doce reales para Nuestra Señora de las Mercedes, otros doce reales para Nuestra Señora de los Dolores”.
Además dejaba también dos ornamentos costosos: [...] de tisú de oro y plata con su alba y cíngulo, muy rico todo” para el culto del Glorioso San Pascual Bailón: [...] que se haya colocado en el altar del Señor de la Columna en la Iglesia Parroquial de este Pueblo”.
De las efigies dieciochescas mencionadas, en esta cláusula, al presente solo se conservan la imagen de vestir o.candelero y ojos de vidrio de Nuestra Señora de los Dolores o la Dolorosa, como suele denominársele en Lambayeque, y la talla de madera policromada y ojos de vidrio del Señor de la Columna, recientemente restaurado con recursos proporcionados por la parroquia de Lambayeque.

Los soportes antropomórficos

En su oportunidad, tanto a Arróspide de la Flor como Antonio San Cristóbal, les llamó poderosamente la atención la profusión de figuras antropomórficas que en su conjunto adornan buena parte de los retablos de la iglesia lambayecana, poniendo especial énfasis en la descripción de los soportes de cariátides del notable retablo mercedario, al que ambos, como hemos visto en la nota introductoria, consideran como una de las joyas del arte sacro virreinal en la costa norte del Perú.

Veamos lo que al respecto anota Arróspide de la Flor:

[…] puede advertirse como rasgo curioso, tanto en el primero como en el segundo cuerpo, la posición muy libre de las cariátides de los extremos, con una pierna de frente y otra de costado, en una actitud, que unida a la posición de los brazos, uno graciosamente caído sobre la cintura y otro en alto, les da un aspecto marcadamente coreográfico. La inspiración cortesana y afrancesada de este retablo se afirma, así mismo, en las demás cariátides de medio cuerpo que lo ornan, que terminan en retorcidas volutas adelgazadas inverosímilmente hacia la base con el más anti-arquitectónico sentido y en las dos principales del tercer cuerpo, que se mantienen a hojarascas sobre sendas hojas, para sostener la coronación del altar” (1945: 8).

Por su parte, San Cristóbal, escribe:

[…] la iglesia de Lambayeque conserva el conjunto más numeroso de retablos de cariátides y de otros soportes antropomórficos que cualquier otra iglesia virreinal peruana” (2008: 35, 36).
Más adelante las describe y enumera, veamos:
a.   Cuatro cariátides de cuerpo entero con un brazo levantado para sostener el capitel vegetal y el otro brazo hacia la falda, situados en los dos extremos de los dos primeros cuerpos;
b.  Una cariátide pequeña sobre la media naranjilla del ostensorio y delante de la ménsula de la hornacina central del segundo cuerpo;
c.    Dos cariátides menores de cuerpo entero con las piernas ligeramente dobladas en los ejes   estructurales internos de los dos primeros cuerpos;
d.    Cuatro Hermes con brazos y soporte inferior vegetal desde la cintura para abajo, del mismo tamaño que las cuatro cariátides grandes, situadas en los ejes estructurales internos de los dos primeros cuerpos;
e.     Seis Hermes medianos formados por la cabeza sola y por todo el fuste inferior de molduras y hojarascas antepuestos en las pilastras sustentadoras de los espacios estrechos de los paneles divisorios de los tres arcos de los paneles situados debajo de los arcos abiertos de cornisa en la entrecalle central de los tres cuerpos:
f.   Dos Hermes similares a los seis anteriores, pero más delgados y más cortos a los lados de la hornacina central del segundo cuerpo;
g.    Ocho soportes delgados del tipo cabeza – modillón a razón de dos en las caras frontales de las traspilastras interiores en las entrecalles laterales de los dos primeros cuerpos.
“Suman en total 27 las figuras antropomórficas colocadas en este gran retablo mercedario de Lambayeque”, anota San Cristóbal. Seguidamente agrega: “Se trata pues, del retablo adornado con mayor número de soportes antropomórficos y con más variedad de modelos existentes en toda la arquitectura virreinal peruana” (Ibíd., 32).
Lamentablemente, manos sacrílegas hurtaron cuatro de estas figuras antropomórficas en el 2004. Entre estas, las que se encontraban ubicadas a los lados de la hornacina principal.


Figuras antropomórficas del retablo

La tipología de columnas es una clara muestra de la marcada evolución a través del tiempo en la talla de los retablos de esta Iglesia. Y esto no es difícil de reconocer si observamos, con ojos escrutadores, las columnas salomónicas, con el fuste de forma helicoidal, de los retablos, del más puro estilo barroco, del Señor Nazareno, de la Virgen de los Dolores y el de San Antonio de Padua, realizados los dos primeros a mediados del siglo XVIII, y el tercero reconstruido a mediados del siglo XX, por el maestro ebanista don Emilio Pasco del Castillo. Del estilo rococó, con sus figuras antropomórficas, como el retablo del que nos venimos ocupando y los retablos de Nuestra Señora del Rosario, de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, de San Judas Tadeo, del Señor  de Ánimas, de las Tres Marías y el del Sagrado Corazón de Jesús, fabricados en el lapso de las últimas tres décadas  del siglo XVIII. Y, por último, los neoclásicos, con sus columnas de fuste liso, representados por el retablo de Nuestra Señora del Carmen (1811), del Señor de la Columna (mediados del siglo XIX), el altar mayor (1899), y el retablo del Señor de la Exaltación ensamblado en1901. (Izquierdo Castañeda, 2012: 32, 33).

Repertorio iconográfico del retablo

En la hornacina central del primer cuerpo del retablo, se aloja la imagen titular de Nuestra Señora de la Merced. Talla elaborada en madera policromada y ojos de vidrio. Fue realizada en el taller del famoso escultor Francisco de Paula Gomara, en Barcelona (España), en 1935.

En la hornacina del lado izquierdo, la efigie de San José y el Niño. Escultura elaborada en yeso policromado. Data del siglo XX, y su autor es desconocido.
En la hornacina del lado derecho, la imagen de cuerpo entero de San Antonio Abad. Efigie elaborada en yeso policromado. Data del siglo XX, y su autor es anónimo.
Detalle del primer cuerpo del retablo. Al centro la imagen de Nuestra Señora de la Merced

En la hornacina central del segundo cuerpo, la imagen de San Pedro Nolasco. Se trata de una escultura de vestir, tallada en madera policromada y ojos de cristal. Sus brazos son articulados. Data de mediados del siglo XVIII, y su autor es anónimo.

Pedro Nolasco es el fundador de la Orden mercedaria, dedicada, en un principio, a rescatar a los cristianos secuestrados por los mahometanos turcos. Orden a la que tuvo la satisfacción de verla aprobada provisionalmente por el Papa Honorio III en 1225, y por Gregorio IX en 1235. Falleció en 1256. Fue canonizado por Urbano VIII en 1628.
Efigie de San Pedro Nolasco
En la hornacina izquierda, la escultura del fraile San Benito de Palermo. Llamado también el africano, el Negro o el Moro. Es una talla de madera policromada y ojos de cristal. Data de finales del siglo XVIII o principios del XIX, y su autor es desconocido.
En la hornacina derecha, la imagen del sacerdote San Camilo de Lelis. Se trata de una imagen de vestir de principios del siglo XVIII. Con la cabeza, torso y brazos (articulados) realizados en madera policromada y a partir de la cintura para abajo un bastidor de seis listones de madera verticales forrados en tela encolada, posee ojos de vidrio. Su autor es desconocido.
En la hornacina central del segundo cuerpo, la efigie de San Raimundo de Peñafort. Escultura de madera policromada, tela encolada y ojos de cristal, data de principios del siglo XVIII y su autor anónimo.
En la hornacina derecha la imagen de Santa Clara de Montefalco. Se trata de una escultura de madera policromada y ojos de cristal. Data del siglo XVIII, y su autor es desconocido.
En la hornacina del lado izquierdo la efigie de San Isidro Labrador. Pequeña efigie de madera policroma y ojos de vidrio. No se conoce su autoría, si bien puede datarse de finales del siglo XVII o principios del siglo XVIII.

Por: Jorge Izquierdo Castañeda

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